by Pablo J. Ginés
Jennifer Roback pide al clero más implicación y a las familias crear entornos seguros en una sociedad especialmente dañina contra la familia y
el amor
Jennifer Roback, directora del Ruth Institute, lo sabe casi todo sobre la revolución sexual y sus daños. Y en primera persona. “Yo he estado ahí, yo me divorcié, yo aborté, me lo conozco de cerca”, declaró en su intervención en
el Congreso 50 Años de Mayo del 68. Se casó por primera vez con 20 años, en 1974, lejos
de su fe católica de la infancia. Más adelante cuando se arrepintió de su aborto, volvió a la fe y se fue concienciando de la importancia de defender la familia y dar voz a las víctimas de la revolución sexual.
Con su segundo marido adoptó un niño de 2 años en un orfanato rumano en 1991, al poco de caer el Muro de Berlín. El Estado, vio
con claridad, no puede sustituir a la familia. Empezó a escribir libros en 2001 y en 2008 fundó el Instituto Ruth cuando se debatía el matrimonio
homosexual en California. Pocas personas llevan tanto tiempo con tanta intensidad en el frente cultural de defensa de la vida y la familia. Hablamos con ella en este Congreso que se ha celebrado en la Universidad Francisco de Vitoria, en Madrid, del 8 al 10 de noviembre.
– Lleva usted mucho tiempo trabajando estos temas de defensa de la familia…
– Mi primer libro sobre familia fue en 2001. ¡Hoy me parece tan tierno e inocente! Se llamaba Loving Economics.
Buscaba animar a la madres a que no se sacrificasen tanto por sacar títulos académicos, dejando su embarazo para los 35 años. En esa época
nadie hablaba de matrimonio gay. Había muchos divorcios y muchos padres o madres solteros. Y yo animaba a las madres a pasar tiempo con los niños, no dejarlos tanto en guardería. Hoy pienso en esa época y me parece tierna.
¡Ahora estamos enfrentando a niños a los que hormonan para bloquearles la pubertad y luego mutilarles con el cambio de sexo!
– ¿Y cómo se interesó en estos temas?
– Adopté un niño de 2 años en un orfanato rumano. Lo habían tratado mal. Lo habían dejado mal. Niños así tienen problemas para
relacionarse, para la vida social. A los niños sin lazos sanos en la infancia les costará ser buenos padres, tendrán más riesgo de violencia…
Todos esos locos que van a pegar tiros a las escuelas han crecido sin su padre en casa. Desde entonces, pensé que la sociedad
debería esforzarse en dar a los niños un hogar, una familia de verdad. La suya, a poder ser.
– ¿Qué ha aprendido en estos años de militancia y estudio?
– En estos 17 años desde mi primer libro nada ha mejorado y muchas cosas han empeorado. Pero he aprendido algunas cosas y quiero
compartirlas. La más importante: que la moral sexual tradicional, la de toda la vida, es correcta y buena, ayuda y protege a la gente.
Es la moral tradicional, la que comparten católicos, mormones, judíos, cristianos de distintas tradiciones, etc… Mi último libro lo proclama
desde el título: “The Sexual State: How Elite Ideologies are Destroying Lives and Why the Church Was Right All Along”.
(El Estado Sexual: Cómo las ideologías de la élite están destruyendo vidas y por qué la Iglesia tuvo razón todo el tiempo”). Hoy sabemos
que a los niños criados por el Estado, por su sistema, les va mal. Sea en EEUU o en orfanatos comunistas, el Estado es ineficaz criando niños.
– Hay quien dirá que la revolución sexual “no ha estado tan mal”, o que los problemas “no son para tanto”…
– Algunos han participado en ella y ahora tienen conciencia culpable y reaccionan negándolo. Dicen: “era mi derecho, yo tenía
derecho a todo eso que hice”. Y cuando su familia, su vida, sus relaciones se hunden, buscan justificaciones. Además, reaccionan de forma muy
emocional, porque esa herida aún la tienen abierta, aún les duele. Es difícil hablarles del tema. Las personas que trabajan
temas provida intentan hablar con mujeres (u hombres) que han abortado, con estrategias para no activar esa culpabilidad en las primeras fases.
Hay que ayudarles a fomentar su instinto maternal o matrimonial, empezar a explorar el daño postaborto, etc… Todo eso hay que hacerlo antes
de que puedan reconocer los desastres en los que han participado. Esto vale para el aborto, para el divorcio, para el sexo prematrimonial, todas esas cosas que han herido y dañado a personas,
pero que se niegan a reconocerlo en un primer momento.
– Pero a lo mejor no lo reconocen como dañino porque no lo han vivido como un daño…
– Sí que les ha dañado, porque saltan en cuanto lo mencionas. Les duele el tema, les dañó y aún les daña. Por ejemplo, dices “el
divorcio daña a la gente y la sociedad”. Y saltan respondiendo, muy enfadadas: “¡Pero el mío estaba justificado porque mi marido me hacía tal
y tal cosa…!” Eso fue hace 15 años y en cuanto sugiero el asunto saltan y lo hacen personal. Eso demuestra que les duele. Otro síntoma es que reescriben la historia familia. Empiezan a contarte montones de supuestas cosas malas que hacía el marido… pero los hijos
luego te dicen: “yo recuerdo esa época con papá, en 1989, lo pasábamos bien, papá era bastante majo, que yo recuerde”.
– También habrá gente capaz de reconocer esos daños de la revolución sexual en su vida…
– Sí. Yo, por ejemplo. Y mucha gente que ha estado allí, ha abortado, se ha divorciado, ha tenido muchas parejas, le dijeron que sería genial,
ha visto que no era genial y ha vuelto a la Iglesia. La Iglesia Católica tiene algo muy eficaz, que es la confesión: te confiesas y ya. Has vuelto, ya puedes vivir bien. Lo hace así mucha más gente de lo que parece.
– ¿Tenemos ciencia suficiente para decir que la revolución sexual ha sido dañina?
– Sí, ya tenemos mucha información científica sobre los efectos nocivos del divorcio, el aborto, el sexo prematrimonial. Sabemos
por la ciencia sociológica que el estándar de oro, lo que funciona bien, es crecer con tus padres biológicos casados. Hay desastres más modernos, como los hijos del vientre de alquiler o de donantes de gametos anónimos,
de los que nos puede faltar más información, pero va en la misma línea.
– Usted habla de crecer no con un padre y una madre, sino con el padre y la madre propio, biológico, pero es usted madre adoptiva…
– Sí, soy madre adoptiva, pero conozco y amo a mi hijo y habría sido mejor que no hubiera estado en el orfanato, con todas las cosas horribles
que implica, y que hubiera crecido con sus padres biológicos de ser posible. La adopción es buena, pero existe para dar unos padres a los hijos, no para dar hijos a unos adultos. El vientre de alquiler, que fabrica niños porque lo piden unos adultos, no se parece en nada y es injustificable. La adopción existe porque hay padres que mueren, niños que son abandonados, etc… Pero lo mejor es crecer con el propio padre y la propia madre.
– ¿Qué aconseja usted a los padres que hoy tratamos de educar a nuestros hijos en nuestras sociedades antifamilia, hedonistas, etc…?
– Que los abuelos se impliquen y estén con sus hijos y nietos, eso es muy bueno. Por lo general tienen ideas más sanas. El mundo
pre-68 se está perdiendo y los abuelos lo recuerdan y los necesitamos. Además, su ayuda financiera y logística puede permitir a los padres
estar más con los hijos.
– ¿Tiene sentido crear ambientes “protegidos” para nuestros hijos?
– Sí, esta cultura es demasiado tóxica, demasiado hostil. Antes podías dejar que un muchacho fuera creciendo en la cultura. Ahora
no, es una cultura dañina y hay que protegerlos hasta que crezcan. Hay que seleccionar una buena catequesis y buenos programas de educación,
también afectiva. Nada de educación sexual en la escuela: la hacen mal. Un padre o una madre se llevan aparte a su hijo o hija y hablan de
sexo, adaptado a su caso personal. En cambio, en el colegio viene un desconocido, que no conoce ni ama a los chicos, y les suelta el mismo rollo a todos a la vez, sin intimidad, en público, ante los compañeros. No es bueno.
– ¿Y las pantallas?
– Hay que limitar mucho su uso a los menores. Nada de TV en su cuarto, claro. Y controlar el móvil, que es peor. Un cura me decía: que los adolescentes dejen de confesarse en snapchat y se confiesen más con el sacerdote.
En general hay que intentar que los chavales hagan actividades sanas con amigos honestos: pueden ser deportes de equipo, scouts, teatro, grupos de música… compartir con amigos de forma sana,
sin engancharse a las pantallas.
– ¿Y qué puede hacer el clero por las familias?
– Que prediquen la moral sexual y familiar cristiana. La paradoja es que la gente alejada de la Iglesia piensa que la Iglesia
es rigorista, obsesionada con el sexo, siempre hablando de castidad… cuando la realidad es que no se hace nunca. Es lo peor de las dos opciones: los de fuera nos rechazan por esa formación, pero los de dentro no nos beneficiamos porque no se da esa formación. ¿Cuándo fue la última vez que tu párroco habló de moral sexual en misa? Y en catequesis todo es evanescente, “flafi”. ¡Yo enseño más
moral sexual que cualquier cura de Estados Unidos! El clero debería exhortarnos y animarnos. “Sigue mejorando en tus retos, confiésate, si
te caes, te levantas”, esas cosas. La realidad es que hay gente que vuelve a la Iglesia por su moral sexual y familiar exigente,
porque han visto que la alternativa, el “haz lo que quieras, todo vale”, es un desastre. A la gente sí le interesa la moral sexual.
»Claro que también tenemos el problema de las redes de clérigos homosexuales que se encubren unos a otros. Esos no pueden hablar de la belleza
del amor cristiano, la familia, la conyugalidad…
– En una sociedad con tanta gente emocionalmente herida, dañada, abandonada, ¿no cobra más importancia trabajar la sanación?
– Eso también deberían hacerlo más clérigos. Si el clero pasara más tiempo con los hijos del divorcio, con los cónyuges abandonados por sus esposos (a veces muy empobrecidos)… Esos clérigos verían que es importante sanar a estas personas. Ahora mismo, en EEUU los ministerios y servicios de sanación y reparación de relaciones o de heridas emocionales lo están liderando sobre todo laicos.
Hay programas buenos, como el nuestro, Healing Family Breakdown.
Hay que enfrentarse a la revolución sexual tratándose con sus víctimas, ayudándolas y sacando sus historias a la luz.
(Más información y recursos en RuthInstitute.org, en inglés)
Lea también el contundente artículo de Jennifer Roback “Los argumentos seculares sobre el matrimonio no son suficientes” aquí en ReL